José Antonio Santano ha publicado, en varios medios, una reseña de Los deslumbramientos seguido de Recapitulaciones, el nuevo libro de Ángel Guinda. Está disponible en estos enlaces: en la web Crear en Salamanca y TodoLiteratura, y a continuación:
“LOS DESLUMBRAMIENTOS SEGUIDO DE RECAPITULACIONES”, DE ÁNGEL GUINDA. COMENTARIO DE JOSÉ ANTONIO SANTANO
La poesía es ese lugar al que se acude siempre que la vida
golpea con dureza. El refugio donde el silencio trasciende y se hace luz
y paz, plenitud. El poeta y Nobel Octavio Paz dejó escrito: «A veces la
poesía es el vértigo de los cuerpos y el vértigo / de la dicha y el
vértigo de la muerte», una definición que cuando menos nos hace
reflexionar, hundirnos en el abismo de la nada y vivir en sus silencios
para ser más nosotros y ser, también, en los otros, más hombres y más
libres. Abrirnos en canal para vivirnos y asombrarnos por cada tiempo,
cada objeto, cada espacio, cada palabra pronunciada, cada acto de vida,
único e irrepetible. La poesía es como el oxígeno para nuestros pulmones
y sin ella nada somos. La poesía nos embriaga con su fulgor, con su
continuo deslumbramiento que nos acerca a lo absoluto y a la nada al
mismo tiempo.
De este sentido último de la poesía nace este libro “Los deslumbramientos seguido de Recapitulaciones”, del poeta aragonés Ángel Guinda (Zaragoza, 1948) y al cuidado editorial de Olifante, serie Maior. Si nos atenemos a las distintas opiniones existentes sobre la poesía de Ángel Guinda hallaremos distintas y variadas, pero ninguna censurable, algunos, como Fernando Aínsa considera que es “la primera voz aragonesa y una de las más reconocidas de España”, y no le falta razón, porque Ángel Guinda ha construido, a partir de otros mundos, su mundo propio, su universo poético, y lo ha hecho desde una espiritualidad innegable y una profundidad de pensamiento extraordinaria, desde una individualidad enriquecedora por cuanto se precipita en el vértigo de lo vivido y aprendido o experimentado.
Solo así puede construirse una obra poética de la calidad y la dimensión de la de Ángel Guinda, un poeta que no deja de preguntarse y ahondar en las muchas realidades y pocas certezas. Una forma de ser y estar trasciende en el luminoso verso de nuestro poeta: «¡Ser humano, rodar / entre el suelo y el cielo! / ¿Vivir devora el tiempo / o el tiempo nos devora? /¡Quiero abrazar el aire, / pero el aire me envuelve / sin que yo me dé cuenta! / ¡Nacer es deslumbrarse!». Todo ronda hacia dentro en una búsqueda por despertar la esencia de la vida, de lo que ésta en nosotros y fuera de nosotros, y en ese ir y venir del poeta a los asuntos cotidianos halla su propia existencia, a veces en la nada y otra en lo pleno.
Guinda ahonda en la belleza, en su sencillez de diosa y no se oculta, al contrario, regresa a la luz primera, al deslumbramiento del alba, a la génesis de todo, con un lenguaje de precisión de orfebre, revelando en la palabra toda plenitud: «En esta casa con cimientos de árboles. / Muda y aislada como un monasterio. / En esta casa donde el monte reza. / Cerca del cielo, contemplando el mar. / ¡Qué sereno está el mundo en esta casa! / En esta casa yo me quedaría. / A esperar la llegada del adiós».
La capacidad de asombro del poeta se muestra desnuda, sin
boato alguno, pero con la belleza propia que el verso bien hecho procura
a la creación y enraizado en una mística renovada: alma y corazón. Pero
si en los deslumbramientos Guinda nos descubre los silencios de la luz,
no menos brillante es en lo que sigue, es decir, en las
“Recapitulaciones”. Así, el poeta se pregunta por “la grandeza de lo
insignificante”, recuperando de nuevo el hálito de lo invisible e
indecible hasta alcanzar un estado de absoluta clarividencia. Es el
tiempo y la memoria de regreso a la casa del poeta, al interior de su
ser, al humano ser que lo habita: «Tápate los ojos con las manos, como
un niño, para no / ver el mundo. / Busca las orillas del aire desde el
balcón de la lluvia. / ¡Cultiva la serenidad! Vive austero. Apartado de
tanta / vanidad, de tanta codicia. (…) Y olvídate de ti para ser tú con
todos los demás!».
Poesía de gran calado la de Ángel Guinda, determinante, como el último verso que cierra el libro: «No hay más lúcida embriaguez que la Belleza».
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